lunes, 12 de noviembre de 2012


«Hay muchos tipos de conocimiento, pero hay uno que es mucho más importante que los demás, el conocimiento de cómo aprender a vivir; y ese conocimiento, muchas veces, se menosprecia.»

LEON TOLSTOI

Siempre que empezamos a leer un libro sobre actitudes positivas lo hacemos con ganas de mejorar y ponernos muchos propósitos. Al final, muchos de ellos se quedan en eso, en propósitos. Es mejor proponerse dos cosas y al menos cumplir una. Yo propongo que cada persona sea más entusiasta, más alegre, más optimista!


Cuando hablo de entusiasmo y optimismo, algunos eruditos consideran que se trata de un tema banal y superficial; es verdad que no es un tema profundo metafísicamente hablando, pero es práctico, sencillo y útil. A veces se critica a los libros de autoayuda por eso mismo, porque «autoayudan». A mí no me parece nada malo que un libro te ayude, al contrario.
Como tantos otros, creo sinceramente que no se puede hallar solamente fuera lo que tenemos dentro. Corremos y luchamos por lograr cosas externas, nos dejamos la piel y algunos hasta la vida, y cuando obtenemos algo, resulta que no nos llena o terminamos por acostumbrarnos y aburrirnos, volviendo al sentimiento de insatisfacción; cuando no lo conseguimos, nos sentimos frustrados y desdichados.
Pienso que el verdadero bienestar no es sólo un estado externo, sino también una situación anímica, un estado mental y emocional. Todos deberíamos poner condiciones para mejorar nuestra calidad de vida externa, pero sobre todo para mejorar la interna, porque muchas veces no se pueden controlar las situaciones externas, pero sí nuestra actitud interior ante ellas. La alegría interior no depende solamente de las causas externas. Si para sentirnos bien o alegres hay que esperar a que todo vaya bien en nuestras vidas, lo tenemos claro.



La gran mayoría de las personas sólo se sienten bien y alegres como reacción a las circunstancias favorables, pero hay una alegría mucho más profunda, estable y segura y que no es una mera reacción a situaciones externas, sino que nace de lo más profundo de uno mismo cuando nuestras actitudes son las correctas. La felicidad es la paz interior, la calma mental, la serenidad. Sin ésta, no podemos disfrutar de las alegrías externas. Y eso es lo que nos falta, serenidad y paz interior. El apego engendra ansiedad, avaricia, temor, celos y odio. No se trata de inclinarnos por una inútil austeridad o malsana tacañería, sino de disfrutar de las cosas externas sin dejar que nos posean. Si sólo buscamos fuera nos convertimos en máquinas de desilusión, tensión y desdicha; en coleccionistas de placeres, consumistas disparatados y acumuladores frenéticos. Por mucho que nos hayamos desarrollado en el nivel externo de lo material, si nuestras relaciones con nosotros mismos o con los demás son negativas, no tenemos paz interior ni serenidad, ¿de qué nos sirve todo aquello?



El punto crítico reside en controlar nuestra actitud y, para ello, la clave está en fomentar las emociones positivas y en limitar y reducir las negativas. Hay que ser como un alquimista, transformando nuestros pensamientos de mala calidad en otros de gran calidad; de este modo, la presencia de emociones positivas en nuestra mente va dejando cada vez menos espacio y eliminando las emociones negativas. Para ello hay que tener claro el sentido de nuestra vida y aprender a relativizar, ser agradecido, mantener un equilibrio entre los diferentes roles de nuestra vida, ser optimista, tener ilusiones, luchar y no llorar, tener unas magníficas habilidades de relación con los demás, crecer en virtudes como la generosidad, la paciencia, la compasión, la bondad, el control del ego y librarse de las emociones negativas como la envidia, el resentimiento, la codicia, la vanidad. Uno de los mejores propósitos de la vida es luchar para ser una persona mejor.