Cuando hay poca confianza se generan fricciones, ya sea por conductas poco éticas o por conductas éticas pero incompetentes. Cuando hay poca confianza se paga un precio muy alto en la vida y en las organizaciones, familias incluidas. La escasa confianza crea intenciones ocultas, intrigas, conflictos interpersonales, rivalidades entre departamentos, pensamiento ganar/perder, comunicación defensiva y protector. Además, la escasa confianza lo ralentiza todo: todas las decisiones, todas las comunicaciones y todas las relaciones.
Tomemos, por ejemplo, la comunicación. En una relación con un elevado nivel de confianza, puedes decir algo inapropiado y la gente te entiende. En cambio, cuando hay poca confianza, puedes ser muy comedido, incluso preciso, y aun así, pueden malinterpretarte.
Una encuesta reciente realizada por el sociólogo británico David Halpern revela que sólo el 34% de los estadounidenses cree que se puede confiar en otras personas. En Latinoamérica el porcentaje sólo asciende al 23% y, en África, la cifra se queda en el 18%. El estudio de Halpern también indica que, hace cuatro décadas, el 60% de la población de Gran Bretaña creía que se podía confiar en otras personas; hoy en día, el porcentaje se ha reducido al 29%.
La buena noticia (relativa) de este estudio es que el 68% de los escandinavos (Dinamarca, Suecia y Noruega) y el 60% de los neerlandeses creen que se puede confiar en los demás, un dato indicativo de que existen algunas sociedades con un elevado nivel de confianza.
En el ámbito de las organizaciones, también se ha reducido notablemente la confianza en el seno de las empresas. Veamos los datos que revelan los estudios:
· Sólo el 51% de los trabajadores confía en los altos directivos
· Sólo el 36% de los trabajadores cree que sus líderes actúan con honestidad e integridad
· Durante los últimos doce meses, el 76% de los trabajadores ha observado conductas ilegales o poco éticas en el trabajo; unas conductas que, de salir a la luz, supondrían un grave abuso de la confianza pública