La mayor parte de nosotros ha vivido una educación que no se preocupaba de trabajar aquello que se nos daba mejor. En general, se centraba en inculcarnos determinados conocimientos o, mejor dicho, determinada información.
Cuando llegamos a la empresa, unos complejos y concienzudos procesos de evaluación del desempeño, competencias y habilidades ponían de manifiesto determinados “puntos de mejora” o no “debilidades” por atender.
El tiempo, esfuerzo, empeño e ilusión que hemos dedicado a cubrir nuestras “debilidades” han servido para que, más o menos, estén en el mismo punto. Eso sí, todos (jefes, RRHH, empleados) tenemos la conciencia tranquila de haber trabajado por una “buena causa”.
Si ese mismo tiempo, esfuerzo, empeño e ILUSIÓN (ahora sí con mayúsculas) lo hubiéramos dedicado a cultivar nuestras fortalezas (lo que se nos da bien), con toda probabilidad, habríamos desarrollado comportamientos y hábitos que nos hubieran ayudado mucho más a conseguir nuestros objetivos (y los de la compañía) y nos habrían hecho sentir mucho mejor.
Es lo que Alex Linley, fundador del Centre of Applied Positive Psychology CAPP (UK) y experto en fortalezas, denomina la “cultura de la mediocridad”. Dedicamos muchos esfuerzos a cubrir déficits que nos ayudan poco, mientras perdemos la oportunidad de brillar en aquello que se nos da bien, nos ayuda a conseguir nuestros objetivos y nos produce bienestar: “nuestras fortalezas”.
No conseguiremos nada concentrándonos en nuestras “debilidades”. Sí, es necesario atenderlas, pero solamente para que no molesten impidiéndonos evolucionar. Centrémonos en nuestras “fortalezas” y el futuro será distinto.
L. Miro