Se les pidió a los alumnos que eligieran una respuesta a la pregunta, ¿cuánto tiempo creéis que vais a tocar vuestro instrumento? (las opciones eran: durante este año, durante la escuela primaria, durante el instituto, toda mi vida) y sus respuestas se clasificaron en tres categorías: compromiso a corto, a medio y a largo plazo.
McPherson formó grupos con los chicos según el tiempo que cada uno de ellos dedicaba a practicar semanalmente: bajo (veinte minutos por semana), medio (cuarenta y cinco minutos por semana) y alto (noventa minutos por semana). Después, comparó los resultados con su rendimiento en una prueba de habilidad. El gráfico resultante tenía este aspecto:
Cuando McPherson vio el gráfico se quedó estupefacto.
No podía creer lo que estaba viendo, dijo.
El progreso de los chicos no estaba determinado por ningún rasgo o aptitud, sino por la idea de compromiso que ya tenían antes de comenzar sus clases. Las diferencias eran notables: con la misma cantidad de práctica, el grupo comprometido a largo plazo superaba en rendimiento al grupo comprometido a corto plazo en un 400 por ciento. El grupo comprometido a largo plazo, con apenas veinte minutos de práctica diaria, progresó más de prisa que los chicos comprometidos a corto plazo que practicaban durante una hora y media cada semana. Cuando el compromiso a largo plazo se combinaba con altos niveles de práctica las puntuaciones se disparaban.