Queda decretado que, a partir de este instante,
habrá flores en todas las ventanas,
y que las flores tendrán derecho a abrirse dentro de la sombra;
y que las ventanas deberán permanecer, el día entero,
abiertas para ver el verde donde crece la esperanza.
Queda decretado que el hombre no precisará nunca más dudar del hombre.
Que el hombre confiará en el hombre como la palmera confía en el viento,
como el viento confía en el aire, como el aire confía en el color azul del cielo.
Queda decretado que el hombre confiará en el hombre
como un niño confía en otro niño.
Queda decretado que los hombres están libres
de la carga pesada de la mentira.
Nunca más será preciso usar la coraza del silencio
ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa con su mirada limpia
porque la verdad pasará a ser servida antes de la sobremesa.
Queda decretado que el pan de cada día tenga en el hombre
la señal de su sudor.
Pero que sobre todo, tenga siempre el caliente sabor de la ternura.
Queda decretado, por definición, que el hombre es un animal que ama y por eso es bello, mucho más bello que la estrella de la mañana.
Queda decretado que el dinero no podrá nunca más
comprar el sol de las mañanas.
Expulsado el gran baúl del miedo, el dinero se convertirá en una espada fraternal para defender el derecho de cantar y la fiesta del día que llegó.
Queda decretado que el mayor dolor siempre fue
y será siempre no poder dar amor a quien se ama,
sabiendo que es el agua quien da a la planta el milagro de la flor.
Queda establecida, en definitiva, la práctica soñada por el profeta Isaías:
el lobo y el cordero pastarán juntos
y la comida de ambos tendrá el mismo gusto a aurora.
Por decreto irrevocable queda establecido el reinado de la justicia
y de la claridad; y la alegría será una bandera generosa desplegada para siempre en el alma del pueblo.
Queda prohibido el uso de la palabra libertad, la cual será suprimida de los diccionarios y del pantano engañoso de las bocas.
A partir de este instante, la libertad será algo vivo y transparente
como un fuego o un río, o como la semilla del trigo,
y su morada será siempre el corazón del hombre.
Sólo una cosa más queda prohibido amar sin amor.