Nat siempre estaba de buen humor, siempre dispuesto a escuchar un buen chiste y era famoso por ello. También era famoso por su integridad intachable. Un estrechón de manos o su palabra valían tanto como un contrato firmado. Actualmente, veinte años después de su fallecimiento, aún tropiezo con gente que le conocía y me explica historias relacionadas con su integridad y con el corazón que ponía en los negocios.
En una ocasión, acordó por teléfono el precio por libra de un gran pedido de lana. Antes de que llegara el contrato para la firma, el precio se hundió en un veinte por ciento. Los proveedores cambiaron el precio del contrato por el más bajo. Nathan firmó el contrato y luego cambió el precio para sustituirlo por la cifra acordada previamente, más elevada.
Igual que nos enseña el Talmud, el libro sagrado de los judíos, el legado de Nat Cohen no acaba ahí: “Cuando enseñas a tu hijo, enseñas al hijo de tu hijo”. Como nieto tuyo que soy, te doy las gracias, Papa Nat.
"No esperes a que tu hijo se convierta en un gran hombre. Haz de él un gran chico"
DICHO RUSO
Me doy cuenta de que en las diez escuelas de negocios más importantes nos dedicamos a alimentar el espíritu conservador. Nuestros alumnos dedican sus duros esfuerzos a encontrar respuestas claras y cosas seguras. Si algo aprenden, es a evitar el riesgo innecesario. Muchos acaban incluso temiendo lo desconocido. Algunos se quedan paralizados ante ello.
Hemos olvidado las palabras de Yeats: “La educación no consiste en llenar un recipiente, sino en encender un fuego”
Si en el mundo sólo hubiese felicidad, nunca podríamos aprender a ser valientes ni a tener paciencia.
HELEN KELLER