Ser diligente e inteligente. La diligencia hace con rapidez lo que la inteligencia ha pensado con calma. La prisa es una pasión de necios: como no descubren el límite, actúan sin reparo. Por el contrario, los sabios suelen pecar de lentos, pues una mirada atenta obliga a detenerse. A veces, lo acertado de una observación se malogra por negligencia al actuar. La diligencia es la madre del éxito. Mucho consiguió quien no dejó nada para mañana. Correr despacio es el Augusto lema (festina lente).