En el mundo profesional, o llegas a ser suficientemente bueno o te quedas fuera.
La fase de formación y reeducación para los buenos directivos, igual que para los mejores deportistas, no acaba nunca. ¿Imaginan que el golfista Sergio García dijera: “Como ya he ganado varios campeonatos ya no me hace falta entrenar más, ni corregir nada de mi forma de jugar?”
La vida del directivo se asemeja más de lo que podría parecer a simple vista con el maldito juego del golf. En ambos casos, cuando hacemos bien las cosas es más probable que al final acabemos con buenos resultados, pero seguro que en el camino encontraremos mil variantes que minarán nuestra moral, que generarán frustración, ¡vamos!, que nos harán disfrutar de verdad y saber apreciar en todo su valor cuando por fin logremos rebajar en un solo golpe la tarjeta, o realizar ese par en el hoyo imposible, que hasta ahora siempre se nos había resistido. Igual que cuando logremos por fin que salga adelante esa línea de negocio que tanto trabajo costó.
Cuántas veces en el campo hacemos un tiro tratando de pasar entre 4 árboles, soñando con atravesar una gigantesca encina, sabiendo además que aun así lo máximo que podríamos obtener es tragarnos el descomunal búnker de la entrada a green. Y lo curioso es que cuando la bola da en el árbol (porque da, como es lógico) exclamamos al cielo gritando “¡qué mala suerte, casi pasa!”. A esto es lo que llamo fallar por burro, que si bien en el golf no es grave, pues no deja de ser un juego, en dirección es absolutamente imperdonable. A pesar de colocarnos bien, elegir el palo adecuado, hacer el swing, etcétera, muchas veces fallaremos el golpe, pues conviene recordar que no es tan fácil, son fallos que entran dentro de lo natural. Jugando así, con armonía y concentración, a la larga haremos más aciertos; pero fracasar por no haber hecho bien lo básico, eso es un error personal e intransferible: falla porque es difícil, pero no por burro.
El golf está lleno de pasos muy simples: sujetar un palo, girar la cadera, mantener estirado un brazo, no mover la cabeza, dejar un pie quieto o volver con suavidad el cuerpo a su posición tras un giro. Vamos, que cada cosa está al alcance de cualquiera, sin embargo, la sutil y precisa coordinación de todos estos elementos es terriblemente compleja. También en la dirección hablar a los demás, concretar, supervisar, felicitar, amonestar, reunirse, acordar, imaginar, etcétera, pueden parecer una serie de elementos que aisladamente no ofrecen dificultad, pero en el día a día debemos combinar y ejecutar todos estos pasos con la misma compleja coordinación, sutileza y precisión.
La vida del directivo se asemeja más de lo que podría parecer a simple vista con el maldito juego del golf. En ambos casos, cuando hacemos bien las cosas es más probable que al final acabemos con buenos resultados, pero seguro que en el camino encontraremos mil variantes que minarán nuestra moral, que generarán frustración, ¡vamos!, que nos harán disfrutar de verdad y saber apreciar en todo su valor cuando por fin logremos rebajar en un solo golpe la tarjeta, o realizar ese par en el hoyo imposible, que hasta ahora siempre se nos había resistido. Igual que cuando logremos por fin que salga adelante esa línea de negocio que tanto trabajo costó.
Cuántas veces en el campo hacemos un tiro tratando de pasar entre 4 árboles, soñando con atravesar una gigantesca encina, sabiendo además que aun así lo máximo que podríamos obtener es tragarnos el descomunal búnker de la entrada a green. Y lo curioso es que cuando la bola da en el árbol (porque da, como es lógico) exclamamos al cielo gritando “¡qué mala suerte, casi pasa!”. A esto es lo que llamo fallar por burro, que si bien en el golf no es grave, pues no deja de ser un juego, en dirección es absolutamente imperdonable. A pesar de colocarnos bien, elegir el palo adecuado, hacer el swing, etcétera, muchas veces fallaremos el golpe, pues conviene recordar que no es tan fácil, son fallos que entran dentro de lo natural. Jugando así, con armonía y concentración, a la larga haremos más aciertos; pero fracasar por no haber hecho bien lo básico, eso es un error personal e intransferible: falla porque es difícil, pero no por burro.
El golf está lleno de pasos muy simples: sujetar un palo, girar la cadera, mantener estirado un brazo, no mover la cabeza, dejar un pie quieto o volver con suavidad el cuerpo a su posición tras un giro. Vamos, que cada cosa está al alcance de cualquiera, sin embargo, la sutil y precisa coordinación de todos estos elementos es terriblemente compleja. También en la dirección hablar a los demás, concretar, supervisar, felicitar, amonestar, reunirse, acordar, imaginar, etcétera, pueden parecer una serie de elementos que aisladamente no ofrecen dificultad, pero en el día a día debemos combinar y ejecutar todos estos pasos con la misma compleja coordinación, sutileza y precisión.
Exitos en tu gestión !!! Majo